LA CHILENIDAD


LA CHILENIDAD
He aquí la expresión más excelsa y sublime de la chilenidad ¡nuestra Bandera! Contemplémosla reverentes, la vemos sencilla, serena, vencedora, jamás vencida, majestuosa, sagrada y colosal. Reflejo y síntesis de la Patria querida y sentida por todos nosotros desde nuestra más tierna infancia y desde que tuvimos uso de razón.

Es la que “nos une en este instante y que halla en cada ciudadano un paladín”.
Ella inspira todo el quehacer con que los hijos de esta tierra bendita, a través del tiempo, se han esforzado por hacer de Chile una “Gran Nación”.

En abril de 1987 nuestro país fue privilegiado con la visita de su santidad el Papa Juan Pablo II, el que en respuesta al discurso de bienvenida pronunciado por el Presidente Augusto Pinochet, nos recordó a los chilenos una leyenda que habla del origen de la formación de nuestro territorio.

En esa oportunidad dijo el Santo Padre: 
“Al visitar vuestra tierra yo bendigo y alabo al creador, que la ha dotado de una prodigiosa riqueza de bellezas naturales, concentrando aquí, como dicen vuestras leyendas, todo lo que le resto al finalizar la obra de la creación del mundo: montañas, lagos y mares, climas diversos, vegetación esplendida y áridos desiertos, colores panoramas fascinantes.
Admiro la maravillosa naturaleza de vuestra tierra, pero sobre todo admiro vuestra fe, que yo deseo confirmar y estimular”.

Estas elocuentes expresiones nos muestran los elementos constitutivos de nuestra Patria, en lo que a lo largo y ancho de su territorio se establecieron y se desarrollaron diversos pueblos aborígenes que con el tiempo vieron la llegada de los hijos de España y producirse la amalgama de la formación de la población chilena inserta, desde ese instante, en la cultura Cristiano-occidental.

Cuando hablamos de Nación se piensa fundamentalmente en una tierra, en un territorio donde hemos nacido y que como suele ocurrir, es la tierra de nuestros padres, territorio que hemos heredado y que gracias a Dios, en el caso nuestro tiene siglos de historia a su haber.
Fue precisamente, don Pedro de Valdivia, quien venia desde un mundo lejano, con una cultura tan distinta, el que intuyo que en esta tierra podía surgir una Nación: “Porque esta tierra es tal que para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo”. Le escribía al emperador Carlos V, en 1545. Nosotros somos el futuro de Don Pedro de Valdivia.

Más adelante, Don Alonso de Ercilla en su inmortal obra “La Araucana”, exalta nuestra naturaleza y a nuestra gente, dicha obra es el bautismo de la raza y fue la inspiración de nuestros próceres de la independencia.

No hay cronista de nuestros tiempos coloniales que en sus obras no haya dedicado un importante espacio de las mismas a destacar de las cualidades naturales de nuestro territorio o a señalar el amor al suelo natal que caracterizo siempre a sus hijos.

El proceso de independencia brindo la posibilidad al padre de la patria de manifestar la plena identidad nacional a través de la creación de los símbolos nacionales sustentados con su aguerrido patriotismo en los campos de batalla.
Don Bernardo O’Higgins Riquelme llego a decir: 
“Mil vidas que tuviera me fueran pocas para sacrificarlas por la libertad e independencia de nuestro suelo”.
En los conflictos externos del siglo pasado está inmanente el “ethos del amor” y de grandeza que se aspira para Chile.
En este contexto, la exaltación de la Patria esta magistralmente en la acción Homérica de Iquique, siendo su máxima gloria la egregia figura del Comandante Prat. Su arenga inmortal se engrilleto en el corazón de nuestras instituciones, las que pertenecen a todos los chilenos.

Su ejemplo motivo a los jóvenes de la época y en la Concepción, nuevamente la Bandera supo de la entrega de sus hijos.
Gracias a la gesta heroica de nuestros militares, marinos, aviadores, carabineros y civiles de 1973, hoy en día Se va forjando un modo de vida que distingue y caracteriza a los chilenos cuya definición común son los valores nacionales, que son el producto de nuestra cultura que ha sido forjada a través de generaciones.

Así como Nación de profundas raíces Cristianas sustentamos nuestro ser en la creencia y amor profundo a Dios, a la Patria y a la Familia.
Ello implica nuestra convicción mas profunda de fidelidad a Dios creador de todas las cosas, del cual procedemos y de acuerdo con nuestra fe gozaremos en él por la eternidad, fidelidad a la Patria a la cual se ama de todo corazón y esta representada por la Bandera, fidelidad a la familia que es el núcleo fundamental de nuestra sociedad y en la que el amor y fidelidad conyugal debiera servir de verdadero ejemplo para nuestros hijos, como una forma de preservar una sociedad sana y fortalecida.
En la familia se nos enseña a orar, se nos enseñan los fundamentos cívicos del futuro ciudadano, a respetar a los demás y a identificarnos con lo nuestro.

Septiembre nos presenta la oportunidad para reflexionar sobre todos los conceptos y revisar nuestro quehacer particular al respecto, sobre todo cuando sabemos que el relativismo moral y el relajamiento de nuestros valores quieren campear sobre nuestra juventud.
No solo cuando La Patria esta de cumpleaños, si no que más bien todos los días del años es la ocasión precisa de renovar personalmente y como Nación el compromiso de ser fieles a la chilenidad que nuestros antepasados se esmeraron en forjar, sustentar y proyectar hasta nosotros.

Es esa misma chilenidad la que fue rescatada del marxismo ateo, materialista, apátrida e intrínsecamente perverso por la histórica y patriótica gesta de las Fuerzas Armadas y de Orden, motivadas por el clamor Nacional el 11 de septiembre de 1973. Esta fecha ya forma parte de los anales de nuestra historia y será recordada por siempre.

“la chilenidad esta viva cuando flamea la Bandera Nacional al son de los bronces y tambores marciales de nuestro ejercito, late junto al corazón del marino nuestro, en el basto océano; surca con el raudo avión vigilante de nuestro cielo azul, se infunde en el alma del noble carabinero que nos ampara hasta en los mas inhóspitos parajes si temor de ofrendar su vida por la nuestra, se agita en el brazo incansable del minero, labriego que abre surcos en la generosa tierra, canta junto al obrero en las fabricas y urnas, acompaña al guarda faros en el solitario peñón, se adentra en el corazón del pastor de almas y se anida en el cerebro del que ilumina los senderos de la niñez y juventud”.

Todo ello presidido por nuestra bandera y según declarara el poeta Víctor Domingo Silva, haciendo un llamado a los ciudadanos decía:

“Que no sea la bandera en nuestras manos 
Ni un ridículo juguete, Ni una estúpida amenaza, 
Ni un hipócrita fetiche, ni una insignia baladí.
Veneremos la Bandera como el símbolo divino de la raza:
Adorémosla con ansia, con pasión, con frenesí, 
Y no ataje nuestro paso, mina, foso ni trinchera,
Cuando oigamos que nos grita la Bandera:
¡HIJOS MIOS! ¡DEFENDEDME! ¡ESTOY AQUÍ

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HUSARES DE LA PATRIA “Los defensores del pasado, constructores del presente y centinelas del futuro”